martes, 7 de octubre de 2008

‘Helio Orovio o la memoria oculta de la música cubana’.


Nunca resultò difícil establecer un fraterno diálogo con Helio Orovio. Todo lo contrario, la conversación, como hondo y poderoso cauce, solìa fluir amenazando incluso con nunca terminar. Màs que nada cuando invariablemente el tema tratado era uno de los que màs le apasionaba: la historia de la música popular cubana.
Ya fuera en la parada de una guagua, en la màs inesperada esquina de Vedado, un destartalado bar compartiendo el humilde ‘buche’ de ron, o café, o en una de las mesas del ‘Huròn Azul’ de la sede de la UNEAC (su cuartel general desde hacia muchos años) Helio iba encendiendo por doquier inolvidables y apasionantes tertulias, por lo general aderezadas con sabrosas pinceladas sobre la ‘vida’ y obra de algùn músico, o artista. Asì el musicólogo, el escritor, el amigo, el confidente, te volvìa a sorprender con algún detalle nuevo.
Entonces con manera pausada, a veces un tanto parsimoniosa, desgranaba sin miserias -alternando la sonrisa pìcara con la seriedad màs docta- aquellos cuentos de La Habana nocturna de los cincuenta, o los sesenta, hasta llegar a la actualidad. Helio no ponìa lìmites. Mucho menos cuando los protagonistas de la trama oculta eran los que para èl siempre fueron los màs apasionantes habitantes de la ciudad: los mùsicos.

Desde su adolescencia lo cautivò la música popular. Como bongosero -marcado por la admiración de aquellos grandes conjuntos que siempre admirò: la ‘sonora Matancera’, el conjunto de Arsenio Rodrìguez y el conjunto ‘Casino’- se insertò en el mundillo musical.

Màs de una vez me deleitè escuchándole a Helio contar aquella historia de su juventud relacionada con mi padre.
‘Imagìnate a Espì cuando se nos apareció para conocer a los muchachos que habíamos hecho en Santiago de las Vegas el conjunto ‘Casino’ juvenil’. Se reìa. ‘Nos sorprendió a todos nosotros. Ya le habían contado que cuando nos anunciaban en las vallas ponían conjunto ‘Casino’ en grande, y entonces el ‘juvenil’ asì chiquitico, que casi no se veìa. Y la gente por la calle le preguntaba por bailes que èl no sabìa que existìan’. Y para rematar el cuento, rompìa la carcajada.

Hacia 1998, con el apoyo de un amigo francés, loco por la música cubana: Olivier Cossard, en tiempos bien difíciles, y con Leonardo Acosta, nos empeñamos en escribir ‘Fiesta Havana’ que pretendió ser un ambicioso resumen de casi todo lo que musicalmente aconteció en la ciudad desde los años veinte a los cincuenta. Leo escribió sobre las jazz bands, Helio sobre las Charangas y yo sobre los conjuntos de sones. Gran suerte escribir con ellos mi primer libro sobre historia de la música cubana. Con ‘Fiesta Havana’ tenemos un sueño compartido. La ùltima vez que nos vimos en La Habana, en mi casa del Casino Deportivo, hablamos de ponernos de acuerdo con Leonardo para reeditarlo en español.

El lunes 6 de octubre, a los setenta años, falleció en La Habana este entrañable amigo, músico, investigador e infatigable recopilador de historias. Hace apenas unos minutos otro gran amigo me comunicò la noticia de su muerte, y todavía escribiendo estas líneas, se me hace difícil asumir que Helio Orovio pertenece a los que ya se han ido de este mundo.

Nos queda entonces el recuerdo del incansable andarìn vedadense, acompañado por el càlido eco de sus anécdotas, sus revoltosos comentarios, y sus libros, hijos nunca huérfanos, que siempre nos devolveràn aquella sonrisa pìcara de Helio Orovio contándonos otra vez las historias de la música y los músicos de una isla y un tiempo donde, a pesar de los pesares, todo parecía sonreir.