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Desde 1920, negra,
vengo pulsando la lira
luchando con los soneros
y ninguno me ha hecho ná"
Con las sencillas estrofas de un antiquísimo son de Felipe Nery Cabrera (uno de los pilares autorales del sexteto ‘Habanero’) el veterano sonero Abelardo Barroso lograba reinsertarse en el difícil mundo del disco comercial de los cincuenta. Tras años de silencio, con nuevos bríos, volvía a estremecer los salones bailables de toda la isla con el respaldo de la orquesta ‘Sensación’ de Rolando Valdés.
Su renovada versión de ‘En Guantánamo’, editada en 1954 por el sello ‘Puchito’, alcanzó instantáneamente gran popularidad. Por esos años el entramado de la difusión abarcaba salas teatrales, clubes, cabarets, liceos, radio y televisión, entre otros espacios de música en directo. Este engranaje comercial se complementaba con las publicaciones musicales especializadas, revistas, periódicos y un importante y creciente número de casas grabadoras, cada una con su exclusivo staff artístico.
Las altas cotas de producción de los sellos cubanos sustentaban, a su vez, una amplísima red de ‘vitrolas’ emplazadas en cada bar, bodega, o cantina. Fue tal el arraigo de estos reproductores de música entre la población que los niveles de aceptación de orquestas e intérpretes en el gusto popular podían medirse en cualquier calle o esquina ya fuese en La Habana o en el resto del país.
Las primeras estrofas de‘En Guantánamo' no hacían más que recordar la trayectoria de un cantante que había comenzado su carrera durante la primera mitad de la década del veinte, como parte de una de las agrupaciones de sones más importantes y reconocidas de la época: el sexteto ‘Habanero’. Así entraba el bisoño sonero por la puerta grande del éxito mientras que el público, cautivado por la potencia de su canto, no escatimó elogios al bautizarlo como el "Caruso cubano".
Su voz no tardó en quedar registrada en placas de pasta editadas por los sellos norteamericanos Columbiay Victor, los emporios discográficos norteamericanos que a comienzos del siglo XX controlaron todo lo musicalmente valioso y grabable que se produjo en la Isla. El estilo de Barroso, enraizado en el gusto popular, netamente sonero, enfatizando un timbre vocal entre nasal y "aguardentoso", combinaba a la perfección con el sabor de sus inspiraciones. Hay que tener en cuenta la importancia de los años veinte para la cimentación y difusión del son cómo género bailable, no sólo en los ámbitos isleños. Imbuido en ese ambiente su travesía por la agrupación que conquistó los salones bailables de la ‘high life’ habanera en 1923: el sexteto ‘Habanero’, y luego por el célebre septeto ‘Nacional’, de Ignacio Piñeiro, potenció su presencia en los escenarios. Su voz, forjada en las entrañas mismas del pueblo, comenzaba a ser escuchada fuera de Cuba a través de los discos.
Su diversidad interpretativa le permitió convertirse en una de las voces predilectas del ‘danzonete’ a comienzos de la década siguiente. Este popular género, creado en 1929 por el flautista matancero Aniceto Díaz, contó con innumerables intérpretes, a la par de destacadas figuras como Pablito Quevedo "El divo de la voz de cristal", Paulina Álvarez "La emperatriz", Fernando Collazo, Alberto Aroche, y Joseíto Fernández, entre muchos otros, la estrella del gran Barroso continuó refulgiendo. De esta etapa son sus triunfos junto a la charanga López-Barroso, dirigida por el pianista, arreglista y compositor Orestes ‘Macho’ López. En 1933, a punto de concluir la funesta dictadura machadista, el cantante participa activamente en transmisiones radiales y presentaciones públicas.
La primera mitad de los 30 transcurre entre una progresiva amalgama de aires foráneos y ritmos cubanos, diversificando las corrientes musicales que regirán los gustos populares. Más tarde irrumpirá la era del swing, dando más fuerza a las jazz bands, y forzando a los formatos soneros (sextetos y septetos) a iniciar una serie de transformaciones formales que darán lugar, ya a finales de esa década, al conjunto.
Es en los cuarenta cuando la estrella del sonero comienza a declinar. A pesar de su potencial inexplicablemente no logra insertarse en este novedoso tipo de agrupación de los cuarenta cuyos arreglos incluyen, junto a guarachas, sones, montunos, boleros y guajiras, fraseos eminentemente jazzísticos, emulando los vertiginosos aires del swing y su ilustre descendiente: el bebop. De todos modos hacia 1948 se le escucha en CMQ Radio como parte del conjunto ‘León’, dirigido por el percusionista, compositor y cantante Alfredo León. Nada más efímero y veleidoso que el estrellato, que confiere a sus ídolos el mismo público que luego los abandona a su suerte. Para los primeros años del cincuenta Barroso sólo es recordado como uno de aquellos soneros de la ‘vieja guardia’, quedando su figura vinculada exclusivamente a un tiempo ya pasado de sones y danzonetes.
Resistiendo a duras penas los embates de una desesperante situación económica, que muchas veces le impide pagar el alquiler de su inmueble, se le ve integrando la Banda Nacional de la Policía. También como percusionista figura en la orquesta del pianista Rafael Ortega que para 1954 se presentaba en los salones del famoso cabaret ‘Sans Soucí’ de La Habana. Durante una de las actuaciones con la orquesta de Ortega, Barroso es ‘redescubierto’ por Jesús Gorís, un antiguo empleado de una tienda de discos, que con mucho empuje y creatividad logra imponerse en el mercado discográfico fundando su propio sello comercial: ‘Puchito’ y Gorís harán de varita mágica dándole al añejo cantante una segunda oportunidad.
Por esos años, testigos del despegue comercial del ‘cha cha chá’, no es extraño que la orquesta escogida por ‘Puchito’ para acompañar a Abelardo Barroso haya sido una charanga, o típica. Con el pegajoso y comercial ritmo las agrupaciones de este tipo recuperaban el terreno perdido durante los años cuarenta ante la avalancha de los conjuntos y la ‘Sensación’, que por aquellos tiempos se presentaba en el popular cabaret ‘La Campana’ (sitio reconocido por su gran afluencia nocturna) brindó al cantante un excelentísimo y ‘sonero’ respaldo donde, por supuesto, encajó a la perfección.
Las primeras grabaciones con la Sensación fueron una verdadera prueba de fuego para Barroso, si tenemos en cuenta sobre todo que por esta época marcaban el ambiente musical el mambo, el cha cha chá, el omelenkó y el batanga, géneros bien diferentes a los que solía interpretar en su etapa de esplendor. Pero si escuchamos con detenimiento los discos que grabó en esta etapa podemos afirmar que mucho de su experiencia sonera impregnó a la orquesta de Rolando Valdés, tanto es así que es casi único el estilo ‘sonero’ de la ‘Sensación’ si la comparamos con el resto de las orquestas de su tipo de ese tiempo, especialmente la que lanzó al mercado el ‘cha cha chá’: la orquesta ‘América’ . ¿Sería ese el resultado que esperaba Jesús Gorís ?, lo cierto es que la popularidad que alcanzan las versiones de ‘En Guantánamo’ y ‘La hija de Juan Simón’ es inmediata. Paralela a su labor con la ‘Sensación’, hacia 1958 efectúa varias grabaciones con el conjunto ‘Gloria Matancera’ de los hermanos Díaz.
Tras su renacimiento en los escenarios con la ‘Sensación’ se suceden con profusión los éxitos. En 1957 obtiene un Disco de Oro por la cantidad de copias vendidas de ‘En Guantánamo’ y ‘Arráncame la vida’, mientras otros temas conquistan por igual el aplauso del público, entre ellos: ‘No hay como mi son’, ‘Hagan juego’, ‘Guapo fantoma’, ‘Ña Teresa’, la inigualable ‘Longina’ y ‘Tiene sabor’, entre muchas otras joyas que nos devuelven la maestría del gran bardo que seguiríacantando hasta los primeros años del sesenta.
Abelardo Barroso canta y su voz es una excusa inmejorable para traer al presente la genial frase que inmortalizara Ignacio Piñeiro: ‘el son es lo más sublime para el alma divertir’.
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