viernes, 22 de enero de 2010
Carlos Embale: caudal generoso curtido en infinidad de sones, guarachas y montunos
Por René Espí.- Cuando le faltó al famoso septeto ‘Nacional’ la luz de su fundador: Ignacio Piñeiro, la poderosa voz de Carlos Embale hizo el milagro, dándole vigencia a su riquísima obra dentro y fuera de la isla. Si en Argentina tienen un Gardel que cada día canta mejor, en Cuba Embale repite idéntica proeza. Como los buenos rones el tiempo acentúa el inconfundible sabor de lo auténtico.
Corrían los años finales del treinta y el joven Embale no soñaba siquiera con entrar al mundo de la música en un ambiente marcado por las voces de los míticos Pablo Quevedo, Fernando Collazo, Tata Gutiérrez y Alfredito Valdés, entre otros muchos cantantes que poblaban las emisiones radiales de esos lejanos años. Estas voces, que no dejaban de escucharse en discos de pasta de 78 r.p.m (salvo el malogrado Pablo Quevedo) y en artesanales emisiones radiales, poco a poco fueron encendiendo la vocación del talentoso mulato.
Atraído por el canto, con indudables cualidades, llegó a la célebre ‘Corte Suprema del Arte’, espacio sumamente popular emitido por la radio durante las décadas del treinta y cuarenta. Muchas de las figuras que en años posteriores fueron bien conocidas probaron suerte en los estudios de la CMQ de Monte y Prado. Elena Burke, Olga Guillot, Tito Gómez, Celia Cruz y Rosa Fornés, entre otras promesas de la época, se presentaron en el famoso concurso procurándose el necesario ‘despegue’. Muchas de las personalidades que, años después, representaron nuestra música en todo el mundo nacieron en la radio.
Además de la imparcialidad del jurado otro elemento convirtió a ‘La Corte Suprema del Arte’ en espacio de fuerte raigambre popular: la campana. Sin mucho miramiento el metálico artefacto resonaba en el estudio ante el mínimo error que cometiese un aficionado, pasando a ser recurso muy temido por aquellos menos seguros de su arte. En su debut en la Corte Suprema nuestro cantante salió airoso y veinte años después, probablemente recordando aquel episodio tan importante en su carrera, en un exquisito guaguancó grabado para la casa Panart con el grupo afro Lulu-Yonkori, entonó sereno: "a mí no me tocan campana, oye campanero, campanero...", motivo que trascendió las fronteras del tiempo y todavía se escucha en alguna que otra rumba callejera.
El exitoso debut en la Corte da nuevos bríos y empuje al joven cantante. Sus comienzos en el plano profesional lo vinculan a importantes agrupaciones, entre las que destacan la primera versión de la orquesta del flautista Antonio Arcaño, el septeto del veterano sonero Alfredo Boloña, el septeto Bolero, la Orquesta Fantasía y una de las más populares danzoneras de aquellos tiempos dirigida por un notable pianista y compositor: Neno González.
En este tránsito lo sorprenden los años cuarenta cuando comienza a extenderse por toda la isla la fiebre de los conjuntos, así le lega en 1946 una significativa oportunidad de trabajo: el conjunto Baconao de Miguel Matamoros, luego de una temporada en México, regresa con una plaza que deja vacante otro jóven que prefirió quedarse en el Distrito Federal en busca de mejor suerte y con otro nombre: Benny Moré.
Matamoros para esos años no sólo es bien reconocido por su inmensa obra autoral y su popularísimo trío. Su receptividad con respecto al entorno donde se desenvuelve es tan grande que, en diferentes etapas, consigue amoldarse a los cambios que musicalmente se generan: en los 30, con la avalancha de los sextetos y septetos, creó agrupaciones con esos formatos y, por supuesto, en los cuarenta no se iba a quedar atrás. Ante el fuerte empuje de los conjuntos no demoró en fundar el suyo, grabando muchos discos para el sello comercial Rca Victor.
La entrada al conjunto Matamoros reviste gran importancia para el cantor que efectúa entonces las primeras grabaciones discográficas y participa en buena cantidad de presentaciones en radio y teatros. Con Matamoros permanecerá varios años hasta que en 1954 emprende el camino de la consagración definitiva: el legendario septeto Nacional resucitaba gracias al empeño del músico e investigador Odilio Urfé.
Su permanencia en el ‘Nacional’ no impide que haga muchas grabaciones durante la segunda mitad de la década del cincuenta: desde el grupo afro Lulu Yonkori dirigido por Alberto Zayas, pasando por el conjunto del compositor René Márquez hasta el conjunto Oriental del popular compositor santiaguero Ñico Saquito donde comparte la escena con uno de sus ídolos de los años treinta: Alberto Aroche.
Coincidiendo con una madurez profesional a toda prueba llega la década del sesenta. En plena ebullición el panorama musical, Embale, es voz trascendental en el escenario sonero y vocalista estrella del patrimonial septeto Nacional. A pesar de la gran variedad de alineaciones que esporádicamente le acompañan en algunos discos nunca encontró mejor abrigo que en el inconfundible timbre del veterano grupo de sones. Una unión perfecta e inalterable por más de cuarenta años.
Muchísimos sones, montunos, guajiras y boleros, en su inmensa mayoría pertenecientes a la vasta carpeta autoral de Ignacio Piñeiro, rescató para siempre del olvido, aunque también hizo suyas obras de otros importantes compositores como Hilario Ariza, Bienvenido Julián Gutiérrez, Rafael Ortiz (Mañungo), entre otros. ‘Cuatro palomas’, ‘Castigador’, ‘Lejana campiña’ (excelente dúo con el gran Bienvenido León), ‘Mayeya’ o ‘No juegues con los santos’, ‘Tú mi afinidad’ son apenas breve referencia a un impresionante catálogo discográfico donde destaca, en inmejorables entregas, su excelencia sonera.
Editadas por EGREM en los años ochenta quedaron también sus magníficas intervenciones junto al conjunto Cubason del trompetista Jorge Varona, la orquesta Todos Estrellas, y los grupos de Clave y Guaguancó donde revivió infinidad de rumbas antológicas, rememorando los buenos tiempos de este tipo de formaciones, reafirmándose como uno de los puntales del género y haciendo suyo un sitial que -aún hoy- difícilmente pueda serle arrebatado. A finales de esa década, ya retirado Rafael Ortiz, asume la dirección del ‘Nacional’ iniciando una etapa de renovación en sus filas con la entrada de jóvenes instrumentistas. Durante algunos años se mantendrá ejerciendo esta doble labor hasta que la enfermedad comienza a marcar el final.
En 1990 el sello Siboney edita una de sus últimas entregas junto al rejuvenecido septeto Nacional. Sobresalen es esta producción las versiones de ‘El final no llegará’, ‘La vida es una semana’, ‘Me duele el corazón’ y piezas infaltables como ‘Coco May May’ y ‘Mayeya, no juegues con los santos’, ofrendando a su entrañable Rafael Ortiz, en una sentida inspiración, todo su cariño y respeto: "Mañungo que bueno sería/ que sin perder tu experiencia/ un milagro de la ciencia/ joven de nuevo te hiciera..."
Como un poseso, cubierto por harapos malolientes, la memoria sitiada por la incoherencia y los retazos de viejos sones, deambuló por la zona más turística de la Habana Vieja ante el dolor del pueblo y la indiferencia de las instituciones culturales. Pidiendo limosnas, hasta que fue recluido, se fue apagando el gran sonero. A día de hoy mucha vergüenza sigue haciendo falta en Cuba para evitar que el denigrante final de Carlos Embale, y el de otros muchos cubanos menos conocidos, siga repitiéndose
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